
Por mucho tiempo, la idea de desarrollo se relacionó exclusivamente con indicadores económicos como el incremento productivo, el impulso a los mercados, la generación de ganancias o el aumento del poder adquisitivo. Es hasta en las dos últimas décadas que este concepto se ha centrado en las personas y se le relaciona con la expansión de las capacidades y libertades humanas, entendidas, al mismo tiempo, como medios y fines del desarrollo.
Si la valoración del desarrollo debe hacerse en función del acceso a las libertades, hechos como la pobreza, las privaciones sociales y la falta de oportunidades económicas originan ausencia de libertad. Y como las libertades —ya sean económicas, civiles o políticas— están fuertemente conectadas entre sí, la privación de algunas limita el acceso a otras, o por el contrario, el disfrute de ciertas libertades conduce hacia la obtención de otras.
Desde el enfoque del desarrollo humano sustentable, cuando las personas cuentan con oportunidades sociales pueden moldear su propio destino y ayudarse unas a otras, lo cual echa por tierra el razonamiento de que las personas beneficiadas con programas sociales sólo pueden ser tratadas como receptoras pasivas. El desarrollo humano implica la participación de las personas y de las comunidades en las decisiones y en las acciones mismas, el impulso a la capacidad ciudadana para intervenir en la vida social. Es, asimismo, un enfoque que alienta la redistribución, preservación e incremento de la riqueza material y simbólica de las personas y sus comunidades y su acceso a los bienes, recursos y servicios sociales necesarios para mejorar su calidad de vida.
Por esta razón es fundamental que el paradigma del desarrollo humano sustentable, que conjuga de manera articulada y dialéctica los principios de equidad, empoderamiento y sustentabilidad, sea resignificado desde la perspectiva de género; es decir, que incorpore sus principios y ética para construir nuevos valores y nuevas relaciones basadas en la igualdad, la justicia, la equidad y la paz.
Los paradigmas del desarrollo humano sustentable y de la perspectiva de género van de la mano; pero “no se trata de añadir a las mujeres a un mundo práctico o simbólico pensado sin ellas, ni de agregarle a todo lo que se planifique la frase mágica enfoque de género”. Por el contrario, busca incorporar las necesidades e intereses de las mujeres a la visión de desarrollo; transformar las relaciones entre mujeres y hombres, pero también entre las mujeres y entre los hombres, en todos los ámbitos de la vida personal y social, privada y pública, sea de índole económica, cultural, educativa, política, etcétera.
Desde el enfoque del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el paradigma del desarrollo humano está también conectado con el de la perspectiva de género porque se fundamenta en la noción de desarrollo de capacidades, referidas a las oportunidades para ser y hacer. Este proceso supone la construcción de un entorno en el que las personas puedan vivir de forma productiva y creativa, conforme a sus necesidades e intereses.
El fomento de las capacidades es la vía para que las personas, mujeres y hombres, sus organizaciones y sociedades, obtengan, fortalezcan y mantengan las competencias para establecer y lograr sus propios objetivos de desarrollo.
Esta visión del desarrollo está articulada estrechamente con el enfoque de los derechos humanos, el cual busca reivindicar su reconocimiento, exigibilidad y ejercicio pleno, mas no desde una posición androcéntrica impregnada por los estereotipos de género o centrada en los derechos de los hombres, sino posicionando a la persona humana como sujeto central del desarrollo, de tal forma que los derechos humanos de mujeres y hombres se reconstruyan desde la perspectiva de género.
Desde el enfoque de género se reivindican los derechos de las humanas. Al llamar humanas a las mujeres, se busca visibilizar su exclusión, evidenciar que se las ha subsumido en lo humano masculino y reconocer la humanidad como una construcción histórica y no natural.
La humanidad de las mujeres sugiere nuevos paradigmas. Ser humanas equivale a tener derechos, tomar decisiones, satisfacer sus necesidades y contar con las condiciones reales, concretas y cotidianas para ser autónomas, con poder personal y colectivo.
En la erradicación de la discriminación, la sociedad debe comenzar por reconocer las circunstancias que han limitado el desarrollo de las mujeres con relación al de los hombres, tales como creencias, formas de pensar, usos y costumbres, en las que la discriminación se refleja como un hecho natural, justificable inclusive. Este conjunto de prácticas e ideas es uno de los principales obstáculos del desarrollo humano.
Fortalecer la participación equitativa de las mujeres en los ámbitos del espacio local puede ser la vía de empoderamiento que transforme las estructuras sobre las que se asienta la discriminación y en las que la condición social de las mujeres es afectada.
Hoy día suele afirmarse que el desarrollo humano de las mujeres, sus responsabilidades y su papel tradicional en la sociedad están cambiando.
Fuente: Instituto de la Mujer de El Mante, Tamaulipas
Si la valoración del desarrollo debe hacerse en función del acceso a las libertades, hechos como la pobreza, las privaciones sociales y la falta de oportunidades económicas originan ausencia de libertad. Y como las libertades —ya sean económicas, civiles o políticas— están fuertemente conectadas entre sí, la privación de algunas limita el acceso a otras, o por el contrario, el disfrute de ciertas libertades conduce hacia la obtención de otras.
Desde el enfoque del desarrollo humano sustentable, cuando las personas cuentan con oportunidades sociales pueden moldear su propio destino y ayudarse unas a otras, lo cual echa por tierra el razonamiento de que las personas beneficiadas con programas sociales sólo pueden ser tratadas como receptoras pasivas. El desarrollo humano implica la participación de las personas y de las comunidades en las decisiones y en las acciones mismas, el impulso a la capacidad ciudadana para intervenir en la vida social. Es, asimismo, un enfoque que alienta la redistribución, preservación e incremento de la riqueza material y simbólica de las personas y sus comunidades y su acceso a los bienes, recursos y servicios sociales necesarios para mejorar su calidad de vida.
Por esta razón es fundamental que el paradigma del desarrollo humano sustentable, que conjuga de manera articulada y dialéctica los principios de equidad, empoderamiento y sustentabilidad, sea resignificado desde la perspectiva de género; es decir, que incorpore sus principios y ética para construir nuevos valores y nuevas relaciones basadas en la igualdad, la justicia, la equidad y la paz.
Los paradigmas del desarrollo humano sustentable y de la perspectiva de género van de la mano; pero “no se trata de añadir a las mujeres a un mundo práctico o simbólico pensado sin ellas, ni de agregarle a todo lo que se planifique la frase mágica enfoque de género”. Por el contrario, busca incorporar las necesidades e intereses de las mujeres a la visión de desarrollo; transformar las relaciones entre mujeres y hombres, pero también entre las mujeres y entre los hombres, en todos los ámbitos de la vida personal y social, privada y pública, sea de índole económica, cultural, educativa, política, etcétera.
Desde el enfoque del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el paradigma del desarrollo humano está también conectado con el de la perspectiva de género porque se fundamenta en la noción de desarrollo de capacidades, referidas a las oportunidades para ser y hacer. Este proceso supone la construcción de un entorno en el que las personas puedan vivir de forma productiva y creativa, conforme a sus necesidades e intereses.
El fomento de las capacidades es la vía para que las personas, mujeres y hombres, sus organizaciones y sociedades, obtengan, fortalezcan y mantengan las competencias para establecer y lograr sus propios objetivos de desarrollo.
Esta visión del desarrollo está articulada estrechamente con el enfoque de los derechos humanos, el cual busca reivindicar su reconocimiento, exigibilidad y ejercicio pleno, mas no desde una posición androcéntrica impregnada por los estereotipos de género o centrada en los derechos de los hombres, sino posicionando a la persona humana como sujeto central del desarrollo, de tal forma que los derechos humanos de mujeres y hombres se reconstruyan desde la perspectiva de género.
Desde el enfoque de género se reivindican los derechos de las humanas. Al llamar humanas a las mujeres, se busca visibilizar su exclusión, evidenciar que se las ha subsumido en lo humano masculino y reconocer la humanidad como una construcción histórica y no natural.
La humanidad de las mujeres sugiere nuevos paradigmas. Ser humanas equivale a tener derechos, tomar decisiones, satisfacer sus necesidades y contar con las condiciones reales, concretas y cotidianas para ser autónomas, con poder personal y colectivo.
En la erradicación de la discriminación, la sociedad debe comenzar por reconocer las circunstancias que han limitado el desarrollo de las mujeres con relación al de los hombres, tales como creencias, formas de pensar, usos y costumbres, en las que la discriminación se refleja como un hecho natural, justificable inclusive. Este conjunto de prácticas e ideas es uno de los principales obstáculos del desarrollo humano.
Fortalecer la participación equitativa de las mujeres en los ámbitos del espacio local puede ser la vía de empoderamiento que transforme las estructuras sobre las que se asienta la discriminación y en las que la condición social de las mujeres es afectada.
Hoy día suele afirmarse que el desarrollo humano de las mujeres, sus responsabilidades y su papel tradicional en la sociedad están cambiando.
Fuente: Instituto de la Mujer de El Mante, Tamaulipas